CRISTINA MACERO

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UN ARQUITECTO DIFERENTE EN LA UBA

domingo, 9 de julio de 2017

En 1961, Rodolfo Livingston ya había egresado de la facultad de arquitectura hacía cinco años, pero nunca había estado en una obra. Le ofrecieron dirigir una en Cuba y allí fue, con una valijita. 


Trabajé dos años erradicando una villa miseria en Baracoa, llena de negros que no querían hacer lo que yo quería. Empecé a preguntarles cómo lo harían. Tuve que aprender a escucharlos—confiesa. 

Esta experiencia modificó su relación con el cliente e inauguró un sistema de trabajo. En el año ’94 surgió el plan Arquitectos de la Comunidad, un sistema participativo para pensar la vivienda.

Un juez, un policía, un psicólogo y un arquitecto tienen en común que operan sobre las relaciones de familia—asegura Livingston. 
Mirá, ¿cómo se hace la atención médica?, se hace de uno en uno, cada médico cuida a una persona y el sistema es válido. ¿Por qué un arquitecto no puede también hacerlo así? Desde mi punto de vista, la arquitectura es un servicio—explica. —


Se propone a la profesión como un servicio a disposición de las personas, que generalmente es vista como algo inalcanzable, solo para algunos, caro, reservado para la elite o gente con gusto. 



Acercamos la arquitectura a todas las personas—cuenta la arquitecta María Melina Martínez, colaboradora del estudio Livingston. 
Apenas nos alcanza para los materiales y los obreros ¿y todavía le vamos a pagar a un arquitecto? Ellos están para cosas grandes. 

 —¿Sabés lo que les piden que diseñen a los estudiantes en Buenos Aires? ¡Edificios de más de sesenta pisos!—dice el arquitecto Rodolfo Livingston, mientras hace gestos de negación con la cabeza. 

Acá en Buenos Aires, los alumnos no entrevistan clientes, no escuchan a una familia, no toman una casa real para transformarla. Nunca. 


—Les enseñan a diseñar un aeropuerto pero cuando se reciben no saben solucionar un problema en la casa de su tía en Lanús—cuenta Rodolfo, sin levantar la vista de un plano que usa de ejemplo para explicar cómo “se resuelve” una cocina cómoda. 


 —La importancia de la universidad pública en lo que refiere a la formación de arquitectos, se da sobre todo en el perfil de egresado que se busca, orientado a ser actor de los procesos sociales, más que del mercado inmobiliario—comenta la arquitecta Magali Avila, egresada y docente de la UBA. 



En el aula 103 del primer piso se respira un aire distinto. Es el primer día de un ciclo, y todo el grupo se toma la foto inicial. 
Alumnos, profesionales, incluso gente de otras carreras, trabajan en grupo. Es un aula desordenada donde abunda el papel de calcar que ponen uno sobre otro, redibujan, y vuelven a pintar. 

El proceso de aprendizaje es con CASOS REALES. Acá se trabaja sobre el concepto de clínica, se atienden varios casos y se cobra barato, como en un hospital.





 La Arquitectura habitada. Las reuniones de amigos, la comida de los domingos, la taza del desayuno sobre la mesa, los mates mirando una enredadera desbordante por una pérgola. Esa es la arquitectura de todos los días, atravesada por la historia de las personas. 


 Las obras de Livingston no sobresalen por sus grandes dimensiones, ni por sus formas extraordinarias. Sus obras son invisibles. La mayoría de ellas están detrás de la fachada. Ahí, radica su grandeza. 


 MARIANA Y DARIO, DOS CLIENTES FELICES (en FADU, UBA)



ASI SE TRABAJA EN EL ESTUDIO LIVINGSTON




LUISINA GONZALEZ (TP. FINAL) 
"luisinagonzalez@gmail.com" <luisinagonzalez@gmail.com>

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